Vine
Vine en una gota de tiempo
para vivir a gotas las
emociones,
pero estabas tú, con tu
mirada
y lo has hecho todo
perenne.
Vine a madurar en la
tierra
a derretir apretujados en
un siglo
millones de eternidades
deslizadas por las
siluetas del carbono
del hidrógeno, de la
chispa
que en ocho minutos
me reconstruyen cada día.
Vine porque soy bien
mandado
y me iré
porque el Alzheimer no
alcanza
para que la muerte olvide
que me tiene que llevar.
Vine sin nada
partiré con el espacio y
el tiempo
arremolinados en los
bolsillos de la tumba
como una caracola que
alguien encuentra
en la playa de algún mundo
de nuevos carbonos
agrupados.
Trabajo
Tener trabajo es tener una
noria
un pozo lleno de ventanas
abiertas
una máquina de hacer
caminos;
mejor, una fábrica de
caminos
con un bolsillo lleno de
bodegas
y motores apilados
para calibrar las fuerzas
de la rotación
que exige azotar todas las
hambres.
Llegan a la luz
las energías sobre la mesa
que cubren el pan
y acallan la sed.
Tener trabajo
es reconstruirse,
a pesar de la esclavitud.
Los años
Los años pasan
diseminando verbos al
viajar.
Pasan
y se llevan las ventanas
los relojes, los trastos
que la convivencia abraza.
Se llevan los colores de
la piel
la fuerza al caminar
el sonido del fragor.
Pasan
a pesar de las espinas
amarradas a las cosas
erosionando las emociones
con sus espadas.
De pronto llega el
silencio
el fuego ya no crepita
ni la voz resuella.
Los años siguen su camino
mientras acá adentro
las piezas, las partes
y todo el engranaje
vuelve,
incognito
misterioso.
Mi padre
Mi padre es una línea
delgada
en las fronteras primeras
de la niñez
es una lluvia intermitente
surcando paredes en la
nada.
Es el sendero que lleva a
la tumba
donde sus ojos volvieron
al brillo de la tierra
y su boca soltó la voz
en un trino de final de
cuentas.
Es un aletear de alas
truncas
que se pierden en la bruma
del misterio
entre el llamado a la fe
y las dudas de una lápida
frente a la materia
residual.
Es el despertar
que trae una respiración
incompleta
cada día.
Quizá una negativa del
destino.
Es mi otoño permanente.
Y ahora que lo pienso
es ladrillo de mi risa
y arena de mis playas
en los esfuerzos de la
felicidad diaria.
Es mi rostro en el espejo
que me mira
cuando me miro.
Infancia
Quisiera escribir este
poema de infancia,
pero cómo escribir acerca
de mi patio
de los juegos bajo el
parrón
de los llantos que en
secreto sepulté tras la puerta
para evitar que mis
lágrimas chocaran con los espejos.
Cómo escribir de las
tardes mirando las palomas
cuando bajaban a comer el
trigo
que con sacrificio les
comprábamos invierno y verano,
del pan tostado en la
estufa que reemplazó al brasero.
Cómo escribir de los
sueños gigantes que crecían
mientras miraba la luna
que cruzaba mi ventana
cuando el día se escondía
conmigo entre las sábanas.
Quisiera escribir este
poema ahora adulto
pero sigo siendo un niño
que sueña con los juegos
que espera a la luna, que
besa la tarde y duerme,
duerme con los sueños
entre las sábanas
esperando que amanezca
para soltar entre alegrías
y huellas
lo más infantil de la vida
porque gracias a ese niño
sobrevive el adulto entre
campos minados.
Claudio
Ernesto
nació en Santiago de Chile en 1963. En el ámbito de la poesía ha publicado el
poemario: “El Título queda Pendiente” (PdE 2020) y participado en las
antologías “Voces a la noche” (Lom 2017) “Debut” (Santiago Inédito 2018) y
“Tiempos Fragmentados (OFFSET Color Ltda.2021) En el ámbito narrativo ha
participado en tres antologías de cuentos en los años 2015, 2016 y 2020.
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