I
En la agonía del clavel
mis manos son breviarios,
sed, terrenal de toro,
mi cuerpo de fría lanza
se deshace de memorias.
Desnudo, con las venas sin bocas
para besar la tierra,
hierbas o el amor
como un filo de puñal sin curso.
II
Desde el sueño hasta mí
tu aliento trae espinas,
trae cobija de amapolas,
y huellas de mi tristeza;
es tu silueta azul
quebranto de mi cielo
se irá tu vestigio lejos,
lejos de mis recuerdos
Yo iré a la noche desnuda
muriéndome de anhelo.
III
Se extiende mi cuerpo
en el arrecife de tu boca,
aún hay primaveras que nacen con tus uvas
en los incendios
de tu débil aliento, en la espuma
de tu regazo, mía; ausente
en mi sed, en el hambre
de mis soledades. Y te he buscado
por cárceles de azufre,
en la figura del próximo adiós;
acompañado por la estéril queja,
y estas enredada en mi pecho,
desnuda, tersa, haz ido, adolorida,
por las hierbas golpeando mi rencor;
como huye las colinas y las cigarras de ti;
y mi sudor fue creciendo
por tus palmas; por lo profundo del lecho;
aquí en la yerma agonía
mi lumbre te pertenece, hasta la lluvia
que ha resbalado por nuestro silencio
y por mis pies,
por alacranes, hirsutos, de sequías,
de escondida esperanza, ven, abrázate
a mi sombra, a mi lucha, a mi muerte.
Adrián Chaurán, Venezuela, Lechería (Estado Anzoátegui) 17 de diciembre
de 1999
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