domingo, 28 de noviembre de 2021

Marosa di Giorgio (13 poemas )






De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar

arriba de las calas. Primero, creíamos que era juego;

después, vimos que la cosa era siniestra. El aire quedó

ligeramente envenenado. Se desprendían los murciélagos

desde sus escondites, sus cuevas ocultas caían a los platos,

como rosas, como ratones que volvieran del infinito,

todavía, con las alas.

Por protegerlos de algún modo, enumerábamos los seres y las cosas:

"Las lechugas, los reptiles comestibles, las tacitas...".

Pero, ya los arados se habían vuelto aviones; cada uno, tenía

calavera y tenía alas, y ronroneaba cerca de las nubes, al alcance

de la manos pasaron los batallones al galope, al paso. Se prolongó

la aurora quieta, y al mediodía, el sol se partió; uno fue hacia el este,

el otro hacia el oeste. Como si el abuelo y la abuela se divorciaran.

De esto ya hace mucho, aquella vez, cuando estalló la guerra,

arriba de las calas.

 

Ellos tenían siempre la cosecha más roja, la uva centelleante.

A veces, al mediodía, cuando el sol embriaga -si no, nunca

nos atreviéramos-, mi madre y yo, tomadas de la mano,

íbamos por los senderos de la huerta, hasta pasar la línea

casi invisible, hasta la vid de los monjes. La uva erguía

bien alto su farol de granos; cada grano era como un rubí

sin facetas con una centella dentro. Ellos estaban aquí y allá

con las sayas negras o rojas, y parecían escudriñar diminutas

estampillas, grandes láminas, o meditar profundamente sobre

el Santo de esos lugares. A nuestro rumor alguno dirigía

hasta nosotras la mirada como una flecha de oro o de plata.

Y nosotras huíamos sin volvernos, temblando bajo

el inmenso sol.

 

Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado. Se

alimenta de muchas especies y de sólo una. Las busca en la

noche, la encuentra, y se la bebe, gota a gota, rubí por rubí.

Mi alma tiene miedo y tiene audacia. Es una muñeca grande,

con rizos, vestido celeste.

Un picaflor le trabaja el sexo.

Ella brama y llora.

Y el pájaro no se detiene.

 

Había nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto,

que fueron la desesperación de todos los que vivimos juntos

en aquel tiempo.

Y en la cara tenía varias dentaduras, y lentes celestes como

el fuego.

Al pasar, por la tarde, parecía el ángel de la devoración con

pie punzó.

Mas, en realidad, amó la luz solar. Comía guindas, llevándose

una a cada boca.

Y sentía temor y amor hacia el Maestro Tigre que llegaba

en la noche a buscar doncellas.

Y nunca la eligió.

 

Árbol de magnolias,

te conocí el día primero de mi infancia,

a lo lejos te confundes con la abuela, de cerca, eres el aparador

de donde ella sacaba el almíbar y las tazas.

De ti bajaron los ladrones;

Melchor, Gaspar y Baltasar;

de ti bajaban los pastores y los gatos;

los pastores, enamorados como gatos,

los gatos, serios como hombres, con sus bigotes y sus ojos de enamorados

Esclava negra sosteniendo criaturitas, inmóviles, nacaradas.

Virgen María de velo negro,

de velo blanco, allá en el patio.

Eres la abuela, eres mamá, eres Marosa, todo eres, con tu

eterna

juventud, tu vejez eterna,

niña de Comunión, niña de novia,

niña de muerte.

De ti sacaban las estrellas como tazas,

las tazas como estrellas.

Estuvo oculto en tus ramos el Libro del Destino.

Te has quedado lejos, te has ido lejos.

Pero, voy retrocediendo hacia ti,

voy avanzando hacia ti.

Te veré en el cielo.

No puede ser la eternidad sin ti.

 

Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de

hermosos colores; no se distinguía bien. La niña más chica

creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros

niños dijeron: -Bajo las alas hay un hombre.

Yo dije: -Sí, su cuerpo parece un hombrecito.

Pero, ellos aclararon que era un hombre de tamaño natural.

Me arrodillé y vi. Era verdad lo que decían los niños. ¿Cómo

cabía un hombre de tamaño normal bajo las alitas?

Llamamos a un vecino. Trajo una pinza. Sacó las alas. Y un

hombre alto se irguió y se marchó.

Y esto que parece casi increíble, luego fue pintado

prodigiosamente en una caja.

 

LA NATURALEZA DE LOS SUEÑOS

 

Al alba bebía la leche, minuciosamente, bajo la mirada vigilante de mi madre; pero, luego, ella apartaba un poco,

volvía a hilar la miel, a bordar a bordar, y yo huía hacia la inmensa pradera, verde y gris.

A lo lejos, pasaban las gacelas con sus caras de flor; parecían lirios con pies, algodoneros con alas. Pero, yo sólo miraba

a las piedras, a los altos ídolos, que miraban a arriba, a un destino aciago.

Y, qué podía hacer; tenderme allí, que mi madre no viese, que me pasara, otra vez, aquello horrible y raro.

 

Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio;

otros, con un breve alarido, un leve trueno. Unos son

blancos, otros rosados, ése es gris y parece una paloma,

la estatua de una paloma; otros son dorados o morados.

Cada uno trae -yeso es lo terrible-- la inicial del muerto

de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne

levísima es pariente nuestra.

Pero, aparece en la tarde el comprador de hongos y

empieza la siega. Mi madre da permiso. El elige como un

águila. Ese blanco como el azúcar, uno rosado, uno gris.

Mamá no se da cuenta de que vende a su raza

 

Me acuerdo de los repollos acresponados, blancos -rosas

nieves de la tierra, de los huertos-, de marmolina, de la

porcelana más leve, los repollos con los niños dentro.

Y las altas acelgas azules.

Y el tomate, riñón de rubíes.

Y las cebollas envueltas en papel de seda, papel de fumar,

como bombas de azúcar, de sal, de alcohol.

Los espárragos gnomos, torrecillas del país de los gnomos.

Me acuerdo de las papas, a las que siempre plantábamos en

el medio un tulipán.

Y las víboras de largas alas anaranjadas.

Y el humo del tabaco de las luciérnagas, que fuman sin reposo.

Me acuerdo de la eternidad.

 

MISAL DE LA VIRGEN

 

-Usted nunca tuvo hijos.

-No. Aunque, un día, cuando era chica, surgieron de mí, de mi pelvis, tres

lagartos. En cartílago grueso y anillado. Tres.

-Eh.

-Sí. Iban por la hierba. Al parecer tenían ojos, pero no pude saberlo. Se

hundieron en el piso.

-Oh.

-Pero antes oí un alarido, como si dijesen: ¡Mamá! ¡Ay, madre! ¡Ay!

-Oh.

-No volvieron nunca. En el momento de la parición, salían de mis pechos (del

izquierdo y del derecho), una gotita de sangre y una gotita de leche.

-...!

Y ella quedó impasible. Y aunque era completamente blanca, pareció lo que

siempre había parecido:

Una princesa india, abajo de su anacahuita.

 

POEMA X

 

Este melón es una rosa,

este perfuma como una rosa,

adentro debe tener un ángel

con el corazón y la cintura siempre en llamas.

Este es un santo,

vuelve de oro y de perfume

todo lo que toca;

posee todas las virtudes, ningún defecto,

Yo le rezo,

después lo voy a festejar en un poema.

ahora, sólo digo lo que él es:

un relámpago,

un perfume,

el hijo varón de las ros

 

Yendo por aquel campo, aparecían, de pronto, esas extrañas

cosas. Las llamaban por allí, virtudes o espíritus. Pero, en

verdad eran la producción de seres tristes, casi inmóviles,

que nunca se salían de su lugar.

Estancias al parecer, del otro mundo, y casi eternas,

porque el viento y la lluvia las lavaban y abrillantaban, cada

vez más. Era de ver aquellas nieves, aquellas cremas,

aquellos hongos purísimos... Esos rocíos, esos huevos,

esos espejos.

Escultura, o pintura, o escritura, nunca vista, pero, fácilmente

descifrable.

Al entreleerla, venía todo el ayer, y se hacía evidente

el porvenir.

Los poetas mayores están allá, donde yo digo

 

Los leones rondaban la casa.

Los leones siempre rondaron.

Siempre se dijo que los leones rondaron siempre.

Parecían salir de los paraísos y el rosal.

Los leones eran sucios y dorados.

Ellos eran muy bellos.

Los ojos como perlas. Y un broche brillante en el pecho

entre aquel pelo áureo.

Los leones entraron a la casa.

Corrimos a esconder los floreros de sal, de azúcar, el cometa

Halley, las queridísimas sábanas nevadas, la

colección

estampillas. Y a traer los sudarios.

Los leones eran al mismo tiempo, presentes e invisibles, al

mismo tiempo, visibles e invisibles.

Se oía el rumor de la leche que robaban, el clamor de la miel

y la carne que cortaban.

Llevaron hacia afuera a la abuela oscura, la que tenía una

guía de rositas alrededor del corazón.

Y la comieron fríamente. Como en un simulacro.

Y -como si hubiese sido un simulacro!- ella tornó a la

casa y dijo: -Los leones rondaron siempre. Están delante

de los paraísos y el rosal. Dijo: -Los leones están acá.

 

Marosa di Giorgio Poeta (Salto, Uruguay) Desde 1978 se radicó en Montevideo donde inició su carrera poética en 1954 con su obra «Poemas». Su ascendencia italiana y vasca la convirtió en una poeta singular, cuya obra respondió siempre a las exigencias de su mundo interior, donde la naturaleza, la magia, la mitología y el misterio, se convirtieron en importantes protagonistas. El conjunto de su obra, reunida en «Los papeles salvajes», se amplió con dos volúmenes que incluyeron «La liebre de marzo», «Mesa de esmeralda», «La falena», «Membrillo de Lusana» y «Diamelas de Clementina Médici». Sus poemas y relatos fueron traducidos al inglés, francés, portugués e italiano. Recibió importantes distinciones entre las que se destacan la Beca Fullbright y el Primer Premio del Festival Internacional de Poesía de Medellín en 2001. Falleció en el año 2004.

 

 

 

 

 

 

 

 


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