PENÉLOPE
Oídme. Soy
de aquellas que vagan entre los límites. Quien me escuche sin ansia entenderá.
No somos libres de enseñarle a nadie lo que importa.
y cuesta tanto reconocer lo que allí llora o pregunta.
I
El día despunta, atenta a su llamado, hay matices que no se ven, algunos zurcidos de última noche pudiesen resultar obvios. Cada pretendiente se asoma, a la vista se encuentra la tela, el entramado. A pesar de la ansiedad mantengo firme mi convicción. Otras intenciones se develan, sigo atenta a cada gesto, no hay conducta inocente. En su fardo lo masculino, mientras mi humedad yace en cada puntada. La astucia resulta femenina, así el polo contrario se lleve la gloria. El lienzo resguarda las incontables lecturas, más bien sueños. Enuncio lo que requiero del día. La perseverancia conjuga mis emociones. Me siento frágil, pero elijo darme aliento. Cada noche me otorga fundamento. La luz reafirma el trajín de mi tierra, su continuo labrar mantiene en pie a mi reino.
II
El depredador habla por sí sólo. Cada gusano puede reptar por estos predios, cuidado con atreverse a irrespetar lo sagrado. Sin embargo, los más íntimos depredadores requieren recogimiento. A los ajenos aguda observación. Percibo a destiempo rastrojos de la noche. Destructivos se muestran ante el palpitar de mi esquiva mirada, pero muy atenta estoy ante mi comunidad. ¿Qué hacer? Cada cual con su historia, sus intrigas la han defendido por generaciones. La simbiosis es su adicción. El desquite como manera de respirar. La lucha es femenina. La lucha es masculina. Cada danza cuenta. Usar los hilos pudiese traer una clave, al menos un ritmo para lidiar con esta impaciencia.
III
Adentrarme nuevamente a la
noche, manejar la rueda, los invisibles instrumentos en su oscilante tensión.
Son otros los arrojados a la penumbra, otras sus tempestades, sus secretos no
me son ajenos. Adquieren significado lejos de su apariencia, se orillan ante la
tela que va emergiendo. Para mi propio cuido hay cosas que requiero soltar,
habladurías de cómo me ven, qué dicen ellas de mí y tantas otras más allá de mi
reino. Destejo para que tomen una nueva senda. Propia de la luna, hay momentos
para cada fase, el ennegrecido subsuelo vierte en mí su vigilia. Interminable
la noche en su dictado, hay procederes para la escucha aunque a veces me
resulten desconocidos y en otros siento que me desorientan. Cuido la balanza al
conjurar relatos que puedan compensarse. Al menos, así me lo digo.
IIII
En cada cara de la luna ronda un animal, no importa qué reino domine. Reptan sanguijuelas, las ya conocidas junto a otros, se presentan aborrecibles; la serpiente desde hace tanto; la araña, me enseña su oficio; el gavilán amplía mi mirada o el ancestral tiburón, traen inteligencias que palpitan en cada parte de mi cuerpo. Las paredes de mis células llevan su secreción primordial. Hilaturas de tenebrosa delgadez se conectan con fragmentos aparentemente irreconciliables. A ratos me quedo dormida. Hilo en mi habitación, será por voluntad propia o por rapto. La oscuridad arroja su claridad. Los ciclos traen ritmos de exigente sensibilidad. Indescifrables imágenes le dan soporte al día. El negro devenir en su maternal labor.
V
Despunta incansablemente
el alba, insiste en regresar sin saber en cuál condición nos va a encontrar. El
reflejo de su luz le abre tonalidades al tejido, espacios nuevos aparecen,
otros en apariencia están sellados. Lo que me circunda ha variado, aunque todo
parezca igual. Soy otra tras cada perturbadora noche. ¿Qué seres seríamos si no
soñáramos? En cuál espejismo andarían los anhelos sin su cola. Se abren otros
reflejos, el silencio trae su música. Hay olores que reivindican. También los
números e inclusive las voces llegan a ser reconocidas por sus colores o sus
aromas. El sentido del olfato trae a mis ancestros. La percepción se amplía en
cada entrega. Emergen otros recursos como contraparte del tenaz sufrir.
VI
Ensimismada tras cada anochecer me olvido de compartir con otras de mi tierra, de mi clase diría Laertes, padre de Odiseo. Quiero confiar, pero todas tienen cierto parentesco con algún pretendiente. Pocas noticias vienen de afuera, escasos los barcos que arriban. Dedico mis esfuerzos a tener la casa tan señorial como cuando él estaba, pero los años son como el polvo. Las cosechas se han venido a menos, el ganado de igual manera. Creo que lo puedo manejar pero tanto asedio mortifica. Este persistir en negativo resquebraja. La muela partida hay que sacarla. Mantengo los ritos con quienes son fieles, pero las mismas caras muestran con frecuencia su cansancio. No bajo la guardia, sé que él tampoco, ni mi hijo, sin embargo la mortalidad se refleja en los pozos de agua. La tierra me mantiene, sus muertos y la interminable espera la asocio al movimiento de las estrellas. Son tiempos de incubación, dijo un extranjero sobre nuestras tierras hace un decenio. ¿Cómo conjugo el tránsito de los astros con este ánimo mío?
VII
Detrás del entramado nocturno honro a los muertos que habitan el Hades. Las puntadas devienen en ancestrales susurros que me cuesta distinguir. Hilo, tantas veces sea necesario, para que acontezca la escucha. Los que estuvieron antes me configuran, proveen de arraigo y a la vez aliento, sus voces le proporcionan sentido a todo el reino. Por ellos persevero. Reverencio a los Dioses y a las Diosas. Atenea protege a mi consorte, de allí su astucia. Tiene sentido hacer lo que hacemos para que los frutos sean agradables a los Dioses. Cuido a mi suegro como si fuese mi padre. Cada linaje está entrelazado en la mortaja, en lo que fue, es, y viene siendo. Creo que Hermes, junto a Hestia, me protegen, sus montones de piedras y su calor en mi morada, percibo su presencia en los nocturnos hilos, en sus vueltas como en sus nudos. La hilatura, aunque quisiera, no puede apresurarse.
VIII
Las etapas del viaje,
quizá del héroe, del que lo fue y sin saberlo lo sigue siendo. El que no
predica su protagonismo, servidor de su tierra en son de la paz; por cierto, no
hallada aún entre los seres que antagonizan. Sigo como si fuese un enigma.
Indispensable el legado de los ancestros y de los que vendrán. La descendencia
por venir recorre las venas, con inquietante palpitar si no fuesen reconocidos.
El respirar lo anuncia, los ritos le honrarán. Vuelvo a la danza inicial,
olvidemos lo que hemos sido para rescatar lo que somos. El futuro no se
diferencia ni está tan distante. Todo tiempo se resume en el respirar que
vincula, hace olvidar las batallas para valorar la humanidad del guayoyo*
ofrecido en el patio de cualquier casa. Inclusive, no hace falta casa para
beberlo. Es la conversa la que restaura las fuerzas. Mi aliento se alegra sin
motivo.
* Nombre que le dan al
dócil café negro en un país, de alma, no tan distante a Ítaca.
VIIII
En aquel entonces, tras los veinte años de espera, algunas tradiciones históricas poco conocidas y aceptadas atribuyen a todos mis pretendientes la paternidad del Dios Pan. Vástago nacido con patas de cabra, dorso de hombre, cuernos y velludo cuerpo. Rechazado desde que vio el mundo, es protector de la vida silvestre y de los pastores, marginal a todo lo civilizado. Espantada quedé, ¿habré tenido un mal sueño?, al amanecer casi me descubren con el tejido a medias, puntadas descuidadas y manchadas de enrarecido sudor. Sería despreciada por todas las mujeres. De dónde viene esta imagen o será Hermes, el regio mensajero, que juega conmigo. Llamo a mi nodriza para que traiga agua fresca. No me reconozco en este sofoco. Tan antiguo y tan vivo. La Diosa de los infiernos se sonríe y sin darme cuenta le correspondo. Después de aseada pido que les lleven comida a los pretendientes. No es prudente mantenerlos hambrientos. ¿Me pregunto, con más frecuencia de lo que admito, a qué juegan los Dioses?
X
Tras los mismos veinte años, en la cercanía de estos días, seré conocida como la que teje para luego en la noche destramar, labor afín a las ruecas de las Parcas, muy lejos de compararme, mortal soy. Mi feminidad proviene de un penumbroso recorrido. Perseverancia propia de las aguas en su bamboleo. Los Dioses al fin le dan regreso a mi rey, su perro fiel lo reconoce, quien lo cuido de niño se enternece. A veces se requiere pasar por mendigo para envestir la realeza. Las marcas o cicatrices se llevan, algunas transforman. La dignidad de la tierra anima. La llegada se nutre de la memoria en sus sahumerios. Mis paredes adquieren otra fragancia ante su incesante aleteo. Sin saberlo lo sé. Redimido el héroe en su luna.
XI
Aún una faena más, los
pretendientes van a intentar tensar el arco, encerrados en un salón donde la
prueba de ser masculino se evidencia en cada intento. Absorta, no sé si hilar o
destramar, confío en mi intuición pero han sido muchos los años de cautela.
Conozco de la sangre, no quisiera saber, pero estas paredes no dejan de
murmurar. Qué noche tan extraña, la percibo sin tiempo. A mi hijo hace rato lo
sentí más varón, océano de su padre. He estado seca, pero hoy mis fluidos
recuerdan a cántaros rebosados. No pido que me atiendan, tampoco olvidé
atenderme. Me cuesta reconocerme entre estas paredes. Quisiera pensar en algo
apaciguador, los Dioses no me lo permiten. Hoy son pocas las estrellas. En la
brisa me llega un antiguo olor de mi rey, me cuesta creerlo.
XII
No importan las arrugas
En Odiseo su arco se tensa
con la misma intensidad del deseo
no hay cicatriz que
ocultar
el tronco aguarda en el
lecho que forjó a Telémaco
no se es madre cuando se
es amante
uno en el otro ante los
lestrigones
al ser tantos, vienen
también los despreciados
cada abandonado rincón
cumple su misión
el círculo se completa al
soltar
no hay piel vulnerada ni
silla vacía
los arados aguardan el
momento para la siembra
Todo se complementa en su
lecho
***
Un posible hogar emerge de
cada paisaje, un reino tal vez de la pasión o será más bien del fundamento.
Deviene en humus las suturas de esta prolongada travesía. La tierra necesaria
fue removida al regresar, “su continuo labrar mantiene en pie a mi reino”. Los
coterráneos se congregaron al reconocer su dignidad.
Al capricho de los Dioses se forjó la voluntad,
el orgullo fue obstáculo. La sumisión, por fin, resultó ser la vía regia de
entrada.
Mientras los astros en su
recorrido siguen reflejando, sin menoscabo del albedrío, las estaciones de
nuestro fugaz aliento.
Héctor Aníbal Caldera (
Capítulo I de Penélope
dolida en ecos
Libro inédito, sometido
hoy día a Concurso
***
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